Vaig llegir amb molta atenció l'article que va publicar l'escriptor i especialista en informàtica i Internet José Antonio Millán a "El País" el passat 13-11-2006 "Los ritos de la Seguridad" i de la lectura d'aquest article, que reprodueixo íntegrament, em va fer reflexionar un cop més sobre les ombres i els interrogants sense explicació sobre els efectes directes que sobre la vida de les persones i la seva llibertat ha tingut i té la guerra global contra el terrorisme que arrenca dels terribles i enigmàtics atemptats de l'11-S.
Si llegim entre línies més enllà de la literalitat de la noticia, són molts els interrogants derivats del monstruós atac de l'11-S i de les seves sagnants i terribles seqüeles (Madrid, Londres, Bali...) i de la guerra d'Iraq. Les continues amenaces terroristes que les autoritats ens anuncien periòdicament a bombo i plateret però no sempre ben explicades o amb un deix d'inconcreció, o les pròpies evidències com a mínim dubtoses que posen en dubte aspectes esssencials de les explicacions oficials dels atemptats de l'11-S, evidenciades per publicacions independents com la Red Voltaire o pensadors de la talla d'un Noam Chomsky, deixen el ciutadà com a mínim astorat i neguitós davant un procés que, prioritzant la necessitat d'extremar la seguretat contra un enemic invisible, cruel, fanàtic i despiatat, van minant, com a efecte col·lateral (o no tant) els fonaments mateixos de l'edifici de les nostres llibertats.
El Nou Ordre Mundial, bel·licista, salvatgement capitalista i neocon, s'està construïnt a partir de la nostra por, i l'enemic indubtablement real en quant a la seva existència i les seves fanàtiques i psicòpates motivacions, apareix clarament davant els nostres ulls si bé, llegint entre línies o analitzant a fons la enorme quantitat d'informació i documentació disponible, sorprèn descobrir l'existència d'inexplicables relacions (comercials, personals...) entre "els bons i els dolents", que em porta a plantejamen-me la hipòtesi que el terrorisme islàmic no sigui sino un Cavall de Troia que amagui una hipòtesi encara més terrorífica: que tot plegat no es tracti sino un gran engany planetari o, com altres ho han qualificat argumentadament, un "cop d'estat mundial" per implantar un Nou Ordre que acabi amb les nostres lliberats a base d'instal·lar la por i la inseguretat en la nostra consciència de manera permanent.
Després de la caiguda del comunisme, el món s'ha quedat amb una sola superpotència planetària i tal vegada, com assenyalava l'Informe Iron Mountain (1966-1967), publicat pel Hudson Institute a petició del Secretari de Defensa dels USA, Robert S. McNamara preveient la hipòtesi de la caiguda del bloc soviètic, potser caldria "inventar" un nou enemic que servís per evitar les conseqüencies econòmiques negatives que podria tenir pel "complex militar-industrial" l'eventualitat d'un possible desarmament global i un escenari de pau permanent.
Llegeixo directament un extracte del citat Informe:
“La posibilidad de una guerra proporciona la sensación de necesidad externa sin la cual ningún gobierno puede conservar durante mucho tiempo el poder. La historia recoge numerosos ejemplos de que el fracaso de un régimen a la hora de mantener la credibilidad de una amenaza de guerra ha llevado a su disolución, por la acción de fuerzas de intereses privados, de reacciones ante la injusticia social, o de otros elementos desintegradores. La organización de una sociedad en función de la posibilidad de una guerra es la fuente principal de su estabilidad política”. (...) "En general, el sistema fundamentado en la guerra proporciona el móvil básico para una organización social fundamental. De esta forma refleja, al nivel de la sociedad, los incentivos del comportamiento humano individual. El más importante de estos incentivos, para los intereses sociales, es la motivación psicológica individual de lealtad a una sociedad y a sus valores. La lealtad requiere una causa; una causa requiere un enemigo. Esto es obvio; el punto decisivo es que el enemigo que define la causa debe ser realmente temible. Por así decirlo, el presunto poder del “enemigo” capaz de asegurar un sentido individual de lealtad a una sociedad, debe ser proporcional al tamaño y la complejidad de la sociedad. Hoy, por supuesto, ese poder debe poseer una magnitud y una capacidad aterradora sin precedentes”. (...) “La existencia de una amenaza externa aceptada es, por consiguiente, esencial tanto para la cohesión social como para la aceptación de la autoridad política. La amenaza debe ser creíble, de una magnitud adecuada a la complejidad de la sociedad amenazada, y debe ser presentada, cuando menos, como pesando sobre la sociedad entera”.
És a tall d'aquestes reflexions que he reproduït l'article de José Antonio Millán, publicat a "El País" el passat 13-11-2006 al que feia esment perquè serveixi com a motiu de reflexió sobre si potser un fet aparentment tan banal o fins i tot amb tocs pintorescs, com poden ser les noves mesures de seguretat aèria, no siguin una altra volta de cargol en una estratègia global per inscriure'ns el gen de la por en el nostre subconscient i que pas a pas, peça a peça, ens porti ineluctablement cap a l'acceptació final d'una limitació de les nostres llibertats fins a límits que avui per avui, jo almenys no puc encara imaginar-me.
Los Ritos de la Seguridad
José Antonio Millán
El País (13-11-2006)
Voy a entrar en un edificio público madrileño, donde por el revuelo se ve que esperan la visita de alguna autoridad. Coloco mis objetos metálicos ante el empleado de seguridad, y paso por el arco, que no pita. El empleado señala la bolsa de cuero que encierra las llaves de mi casa: llaves abultadas, de casa antigua (del tamaño de un puñal corto, para entendernos). Y me pregunta, sin abrirla: “¿Llaves, no?”. “Sí”, contesto yo. Y me deja pasar.
Otra anécdota: cada vez que viajo en puente aéreo en dirección a Barcelona, me hacen que me quite el cinturón, pero en dirección a Madrid, no. ¿Por qué? ¿Tendrá que ver con la rotación de la Tierra?
¿Dónde quiero ir a parar? La seguridad que presuntamente vela por nosotros es, en realidad, un ritual vacío. Quien haya pretendido entrar en Israel se habrá dado cuenta de lo que es un control de seguridad de verdad. Esto, lo nuestro, son remedos. ¿Por qué se hacen?
La última vuelta de tuerca: ahora el pasajero aéreo se ve forzado a exponer sus champús y pomadas para las hemorroides en una bolsita transparente. No dejan llevar ni agua en una cantidad razonable. ¡Dios mío!, ¿qué más inventarán? La razón que dan es que han descubierto a islamistas con explosivos líquidos. Pero ¿y los explosivos sólidos? ¿Y las armas blancas de cerámica, indetectables por los arcos de metales? ¿Y las armas de fuego desmontables, camufladas entre elementos neutros del equipaje? No he aprendido estas cosas frecuentando webs terroristas, sino en películas normales. Y otra pregunta: ¿por qué no aplican estas medidas también en trenes, autobuses o mercados, donde ha habido muchos ataques terroristas?
¿Qué pretenden estos ritos siniestros e ineficaces, con ecos de campo de concentración (personas sedientas despojadas de su ropa, sin zapatos, con sus pertenencias a la vista en una bolsita, formando largas colas)? ¿Qué persiguen, aparte de aumentar los beneficios de las compañías de seguridad y las ventas de agua a bordo? Parece duro decirlo, pero están probando hasta dónde puede llegar la sumisión de los ciudadanos. Y da la impresión de que puede llegar muy lejos. Es un ensayo general para los tiempos que vendrán.
Paralelamente, y en un movimiento que se ha repetido en la Historia unas cuantas veces, lo que se proponen es enfadarnos, irritarnos profundamente. ¿Para qué? Para que dirijamos nuestra ira y nuestra frustración no hacia ellos (el empleado que nos registra, las autoridades anónimas que han ordenado estas medidas demenciales), sino hacia el intangible islam. Nos han fabricado un enemigo, y están consiguiendo que muchos lo odien de verdad, en mangas de camisa y con la bolsita en la mano.
Y de ese modo, cuando nos digan (no los tribunales, ni la prensa, sino informes secretos de la policía transmitidos a los supragobiernos) que hay una nueva amenaza que exige, ¿quién sabe?, recortar la libertad de prensa, cerrar la Internet, limitar los movimientos de los ciudadanos u otras cosas en las que prefiero no pensar, nos encontrarán irritados, cansados, profundamente humillados. Y aterrorizados. Y entonces accederemos sin protestar.
Otra anécdota: cada vez que viajo en puente aéreo en dirección a Barcelona, me hacen que me quite el cinturón, pero en dirección a Madrid, no. ¿Por qué? ¿Tendrá que ver con la rotación de la Tierra?
¿Dónde quiero ir a parar? La seguridad que presuntamente vela por nosotros es, en realidad, un ritual vacío. Quien haya pretendido entrar en Israel se habrá dado cuenta de lo que es un control de seguridad de verdad. Esto, lo nuestro, son remedos. ¿Por qué se hacen?
La última vuelta de tuerca: ahora el pasajero aéreo se ve forzado a exponer sus champús y pomadas para las hemorroides en una bolsita transparente. No dejan llevar ni agua en una cantidad razonable. ¡Dios mío!, ¿qué más inventarán? La razón que dan es que han descubierto a islamistas con explosivos líquidos. Pero ¿y los explosivos sólidos? ¿Y las armas blancas de cerámica, indetectables por los arcos de metales? ¿Y las armas de fuego desmontables, camufladas entre elementos neutros del equipaje? No he aprendido estas cosas frecuentando webs terroristas, sino en películas normales. Y otra pregunta: ¿por qué no aplican estas medidas también en trenes, autobuses o mercados, donde ha habido muchos ataques terroristas?
¿Qué pretenden estos ritos siniestros e ineficaces, con ecos de campo de concentración (personas sedientas despojadas de su ropa, sin zapatos, con sus pertenencias a la vista en una bolsita, formando largas colas)? ¿Qué persiguen, aparte de aumentar los beneficios de las compañías de seguridad y las ventas de agua a bordo? Parece duro decirlo, pero están probando hasta dónde puede llegar la sumisión de los ciudadanos. Y da la impresión de que puede llegar muy lejos. Es un ensayo general para los tiempos que vendrán.
Paralelamente, y en un movimiento que se ha repetido en la Historia unas cuantas veces, lo que se proponen es enfadarnos, irritarnos profundamente. ¿Para qué? Para que dirijamos nuestra ira y nuestra frustración no hacia ellos (el empleado que nos registra, las autoridades anónimas que han ordenado estas medidas demenciales), sino hacia el intangible islam. Nos han fabricado un enemigo, y están consiguiendo que muchos lo odien de verdad, en mangas de camisa y con la bolsita en la mano.
Y de ese modo, cuando nos digan (no los tribunales, ni la prensa, sino informes secretos de la policía transmitidos a los supragobiernos) que hay una nueva amenaza que exige, ¿quién sabe?, recortar la libertad de prensa, cerrar la Internet, limitar los movimientos de los ciudadanos u otras cosas en las que prefiero no pensar, nos encontrarán irritados, cansados, profundamente humillados. Y aterrorizados. Y entonces accederemos sin protestar.
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