10.12.06

Pánico a la verdad

Enric Sopena
Publicat a "El Plural.com" (10-12-2006)

La Ley de la Memoria Histórica, que el Gobierno vuelve a impulsar, desata el rechazo frontal de la derecha. Temen los conservadores que este proceso acabe poniendo de relieve las muchas monstruosidades ocultas -o desdibujadas o desteñidas- que caracterizaron cuarenta años de tiranía cruel y sanguinaria. En el imaginario colectivo de los partidarios -por acción o por omisión- de la dictadura, Franco es considerado como un milagroso cirujano de hierro que se vio impelido a intervenir para salvar a España de las garras del comunismo, el ateísmo y el separatismo.
Con el paso del tiempo, el Caudillo habría ido atemperando paulatinamente la terapia, mientras que él iba convirtiéndose en un anciano bondadoso, garante de la paz y del orden, bases sobre las cuales el desarrollo económico consiguió transformar el país sacándolo de la miseria a la que la II República lo habría condenado. Incluso cabría atribuirle buena parte del tránsito a la democracia, pues él ya habría intuido con su admirable clarividencia que, recuperada España de sus males casi congénitos -aquellos famosos "demonios familiares" a los que él aludía con frecuencia-, una Monarquía parlamentaria podría ser hasta conveniente y aceptable.
Este cúmulo de falsedades, que tanto agradan a los historiadores revisionistas, como Pío Moa o Ricardo de la Cierva, entre otros manipuladores profesionales, acompañaron en parte el período de la Transición. Entonces el horno no estaba para demasiados bollos y, por fortuna, se impuso el pragmatismo. No hubo ajuste de cuentas contra quienes se levantaron en armas contra la legalidad republicana. Ni fueron juzgados por sus crímenes ni siquiera fueron examinadas sus fortunas y sus botines de guerra.
La Ley de la Memoria Histórica tampoco va a hacer ni una cosa ni la otra.
De lo que se trata ahora es de rehabilitar a los vencidos –lo que no significa silenciar errores, desmanes y excesos- y proyectar la luz sobre un régimen ominoso y terrible. Al fin y al cabo, Franco no habría triunfado militarmente sin la ayuda de los nazis y de los fascistas. De Hitler y de Mussolini. Ese portentoso cirujano de hierro era el amigo de dos genocidas. Los cuales -acabada la guerra civil española, que fue el preludio o el prólogo de lo que vino meses después- provocaron la Segunda Guerra Mundial. La paz de Franco fue la paz de los cementerios. Los herederos de quienes ovacionaban al dictador y se beneficiaban de su dictadura se oponen ahora a la Ley de la Memoria Histórica. Les da pánico la verdad.

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